EL ACUERDO ENTRE EEUU Y CHINA: UNA PEQUEÑA TREGUA PARA UN GRAN CONFLICTO
- Por Eduardo V. O. Colaborador, especialista en economía internacional
La disputa económica entre los gobiernos de Estados Unidos y la República Popular China ha alcanzado una tregua a fines de 2019. Si bien constituye un elemento central y latente del capitalismo mundial desde inicios del presente siglo, el conflicto bilateral había recrudecido en 2017 con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Desde inicios de 2018, el gobierno republicano estableció aranceles a la importación que escalaron hacia una suba masiva a mediados de ese año. Las consecuentes represalias chinas dieron lugar a rondas de medidas proteccionistas que se detuvieron por mutuo acuerdo en la cumbre del G-20 en Buenos Aires (fines de 2018), pero que se reiniciaron con nuevos aranceles impuestos por el gobierno de EE.UU. en mayo de 2019. Tras la retaliación china de junio y meses de incertidumbre, la reanudación de las negociaciones condujo al actual acuerdo anunciado el 13 de diciembre por ambas delegaciones. Así, los gobiernos de las dos economías más grandes del planeta lograban esta relativa distensión, rubricando la firma de la llamada Fase Uno del Acuerdo Comercial el 15 de enero de 2020.
El contenido específico de lo acordado no fue informado por ninguna de las dos partes hasta último momento. Lo que sí se adelantó en algunos medios es que Estados Unidos reduciría aranceles de 15% a 7,5% en productos importados por un monto de U$S 120.000 millones y desestimaría la aplicación de nuevos tributos a la importación de bienes por U$S 150.000 millones, mientras que a cambio China se comprometía a adquirir productos industriales, agrícolas, energéticos y servicios estadounidenses por un equivalente a U$S 200.000 millones bajo mecanismos de cumplimiento. Asimismo, quedarían en pie los aranceles de 25% a importaciones que ascienden a U$S 250.000 millones que el gobierno de Trump había implementado en instancias previas.
Esta historia de marchas, contramarchas y secretismo revela la complejidad y trascendencia de lo que está en juego en estas negociaciones. Desde ya, la avanzada proteccionista de Trump apunta a generar una reducción paulatina del déficit comercial con China, que en 2018 alcanzó un récord histórico (U$S 419.000 millones) y luego se fue achicando por efecto de las medidas impuestas. Asimismo, desde el inicio de su gestión el discurso del magnate inmobiliario ha alentado a las empresas estadounidenses que fabricaban en China a que emprendan la “vuelta a casa” de sus plantas industriales y regeneren el empleo industrial en su país de origen.
Los límites de esta estrategia se observaron en tres elementos interrelacionados. Por un lado, buena parte de las empresas multinacionales de EE.UU. que operan en China tiene ya plenamente instaladas y articuladas sus plantas industriales y cadenas de suministro en ese país, por lo que la relocalización de las mismas les implica asumir costos muy elevados. Segundo, dichas instalaciones ya no sólo abastecen a los países occidentales, sino que cuentan con la ventaja de localizarse en un mercado creciente como el chino, cercano además al de otros países de alto crecimiento en los últimos años, como Camboya y Vietnam. Tercero, los costos de los aranceles los terminan pagando en la práctica no sólo los exportadores desde China (algunos de ellos, empresas de EE.UU.) sino también los consumidores (o importadores) estadounidenses, que abonan más caros (o absorben el costo del arancel sobre) los mismos productos que antes compraban con gravámenes menores o nulos. Por estas razones, las medidas del gobierno republicano han sido fuertemente criticadas por distintas fracciones de la clase capitalista estadounidense.
Naturalmente, la economía china también se vio afectada por las medidas que redujeron la actividad exportadora del país, generaron la relocalización parcial de ciertas actividades productivas hacia países vecinos (a fin de esquivar los aranceles a la entrada al mercado de EE.UU.) y produjeron un clima de incertidumbre que afectó negativamente el nivel de inversión en general. Estos efectos se dan sobre una economía que sigue creciendo a tasas elevadas para la comparación mundial (mayores al 6%), pero que está muy lejos de alcanzar los niveles de suba de la primera década del presente siglo (cercanas al 10%), además de haber acumulado sobre capacidades y niveles de endeudamiento preocupantes en ciertos sectores industriales y enfrentar desafíos internos crecientes, como las movilizaciones masivas y violentamente reprimidas en Hong Kong.
Pero más allá de estos efectos, lo cierto es que el alcance del acuerdo es sumamente limitado. La razón es que no se incluyen en él precisiones significativas en materia de propiedad intelectual, transferencia tecnológica ni de la operatoria de las empresas vinculadas al sector de telecomunicaciones que fueron parcialmente vedadas en el mercado estadounidense, como los casos de Huawei y ZTE. Esto pone de manifiesto que el conflicto central entre la única superpotencia global y la gran potencia emergente que viene a desafiar su status se circunscribe al plano de lo científico-tecnológico. Es decir, ambas partes pelean por el liderazgo en las capacidades de generar y reproducir fuentes de explotación del trabajo cada vez más eficientes, articuladas y dinámicas en el largo plazo. Desde ya, la disputa en el plano militar también se basa en la necesidad de ambas partes de lograr estas capacidades con evidentes derivaciones en la industria bélica. En efecto, tensiones bilaterales como las que se observan en Taiwán o en el Mar de China Meridional tampoco encuentran solución en el acuerdo firmado y constituyen una expresión más de la búsqueda del liderazgo mencionado.
La avanzada de Trump contra China tendrá entonces efectos comerciales y repercusiones electorales en el corto plazo, pero excede ese marco y es en lo fundamental una iniciativa para reorientar la geografía capitalista mundial a favor de su país. Desde los 1970, tras la revolución informática y de las telecomunicaciones y las grandes relocalizaciones productivas desde los países desarrollados hacia el Este asiático, esta región pasó a ofrecerle a los grandes capitales internacionalizados la posibilidad de explotar a una clase trabajadora relativamente abundante y educada y, en el caso de China, fuertemente disciplinada por la dirección central del Partido Comunista. Sobre la base de capacidades de reproducción de bienes consolidadas a partir de estos movimientos (y procesos de transferencia tecnológica mediante), China experimentó una progresiva adquisición de capacidades de innovación y generación de nuevas tecnologías que la puso en el lugar de disputar ya no sólo la productividad, sino también la primacía científico-tecnológica estadounidense.
Es ese intento de disputa, entonces, el que apunta a bloquear el gobierno de EE.UU. con su política hacia China. Y el que hace prácticamente imposible vislumbrar un acuerdo integral entre ambas partes en una Fase Dos que aún no tiene contenido ni plazos.