EL TRIUNFO DE TRUMP EN TIEMPOS DE CRISIS, GUERRAS, LUCHAS CRECIENTES Y GRANDES DESAFÍOS PARA LOS PUEBLOS DEL MUNDO
* Por Fernando Vilardo, integrante de Autodeterminación y Libertad
El proceso electoral en EEUU expuso la decadencia del imperialismo, y anticipa mayores crisis, disputas y un escenario cada vez más impredecible
El momento actual está marcado por la crisis del sistema capitalista mundial, y por el agotamiento del modelo neoliberal basado en la hegemonía norteamericana. Un modelo que representó a su vez una huida hacia adelante frente a los límites que ya en los ‘70 empezaba a mostrar la política de los “Estados de Bienestar” y el keynesianismo de posguerra. Son, en definitiva, políticas e intentos de salida que la burguesía se va dando, no sin feroces disputas, para morigerar los efectos de un capitalismo cada vez más concentrado, que desde hace tiempo muestra límites estructurales para la realización y el reparto de la plusvalía mundial. Las disputas hoy entre “proteccionistas” y “globalistas” son hijas de la crisis.
Dos hechos fueron fundamentales para ralentizar la crisis estructural del capitalismo. Por un lado la caída de la ex Unión Soviética. Por el otro, el ascenso de China en las últimas décadas y su incorporación al mercado global. Ambos casos permitieron no sólo la posibilidad de incorporar un mercado fabuloso para que capitalistas de todo el mundo, incluyendo la burguesía norteamericana, pudiesen vender allí sus excedentes, sino además una masa formidable de fuerza de trabajo disponible para su explotación. Pero si bien ambos acontecimientos permitieron oxigenar un sistema en decadencia, por otro lado dieron lugar a un escenario de mayor disputa y confrontación interburguesa, sobre todo a partir de la emergencia de China como superpotencia mundial.
La actual decadencia norteamericana, que entre otras cosas ha implicado en los últimos tiempos un sistemático deterioro en las condiciones de vida de su propia clase trabajadora y del pueblo en general, se explica en buena medida por esta disputa aún en curso y cuyas perspectivas son inciertas. La crisis del Lehman Brothers en 2008 ha sido tanto un efecto de esta crisis estructural como un acelerador de este proceso, profundizando a su vez todas sus contradicciones. Y, en ese sentido, también representó un quiebre para el funcionamiento del sistema mundial. Es evidente que el imperialismo estadounidense ya no puede seguir imponiendo unilateralmente un orden global, no solo desde el punto de vista militar sino también económico, cultural y político. Y esto implica menor coordinación y posibilidades de acuerdo para contener aunque sea relativamente las, por momentos, salvajes disputas interburguesas.
Estamos frente a una crisis de civilización de múltiples impactos (políticos, económicos, sociales, culturales y ecológicos). El desastre global al que está llevando la burguesía a los pueblos en todo el mundo repercute en la construcción de su propia hegemonía como clase dominante y dirección del movimiento obrero y popular frente al cual se desprestigia sistemáticamente. El escenario global está atravesado por multiplicidad de disputas. La de EEUU por morigerar su caída relativa en cuanto al dominio global; la de China como potencia ascendente que quiere seguir ganando terreno en su perspectiva hegemónica (en este sentido Taiwán seguirá siendo una de las “zonas calientes” del planeta); el rol de Rusia y su enfrentamiento con EEUU y la OTAN (incluyendo las, por ahora, amenazas nucleares); la salvaje “huida hacia adelante” del Estado de Israel perpetrando una feroz masacre al pueblo palestino y tensando aún más toda la zona de Medio Oriente; y la propia disputa por parte de los capitales europeos. Un escenario que pone en riesgo al mundo. Que hoy estemos asistiendo a verdaderas carnicerías humanas como en Ucrania o el ya mencionado genocidio en Gaza, o que se esté hablando nuevamente de posibles “guerras mundiales”, da cuenta de todo esto.
Inevitablemente, aunque con desigualdades, esta crisis impacta en los diferentes territorios nacionales. Lejos de mantenerse ajeno, el imperialismo norteamericano viene acusando estos impactos y estas últimas elecciones así lo ratifican.
La crisis de representación se acentúa
Si ya el primer triunfo de Trump había sido expresión de esa crisis, este segundo, y el proceso electoral en sí mismo, ratificó ese rumbo (el primer triunfo de Trump, un outsider por entonces, expresó un “voto castigo” de un sector mayoritario de la población contra Hillary Clinton; luego vino el triunfo de Biden para “castigar” a Trump; y ahora un nuevo triunfo de Trump en contra del gobierno y el Partido Demócrata -que por cierto tuvo que cambiar a Biden en medio de la campaña-). En este marco es sumamente relevante la crisis en la que está sumergido hoy el partido Demócrata luego de perder cerca de 11 millones de votos. El descontento popular se expande, y la dirigencia política norteamericana con sus instituciones se desprestigian en proporción directa al deterioro en las condiciones de vida del pueblo. La desigualdad se ha agudizado en las últimas décadas. El salario real, por su parte, cayó fuerte durante gran parte del gobierno de Biden erosionado por los altos niveles de inflación postpandemia, a lo que se le suman los problemas de acceso a la vivienda y la falta de crédito.
A este cuadro se le suma el impacto que ha tenido el proceso de deslocalización en las últimas décadas en EEUU, cuya consecuencia ha sido el numeroso cierre de fábricas (para reinstalarse especialmente en China) y la liquidación de numerosos puestos de trabajo. La bronca y el malestar de un importante sector de la clase obrera norteamericana contra el partido Demócrata y sus políticas al servicio del capital más concentrado, terminó siendo canalizada coyunturalmente por Trump -que sigue mostrándose como un “outsider” dentro de los Republicanos- tanto en la primera elección como en esta última (de cualquier manera, es importante marcar que el voto en los estados que conforman el “Cinturón de Óxido” -aquella región manufacturera duramente castigada por el proceso de deslocalización- también fue volátil: en 2016 Trump ganó en 7 de los 9 estados; en el 2020 Biden ganó en 5 estados, y ahora nuevamente Trump triunfó en 7 estados). Sin embargo, por ahora no surgen elementos para pensar que de estas elecciones haya surgido un liderazgo con posibilidad de encabezar un proyecto hegemónico (no hay que olvidarse que cuatro años atrás la mayoría del pueblo norteamericano se “tapó la nariz” para votar a Biden contra Trump). Como lo viene mostrando la mayor parte de los resultados electorales, al menos en lo que se refiere a las democracias burguesas occidentales, ganan las fuerzas políticas opositoras básicamente por el solo hecho de ser eso: opositoras, y no porque millones se encolumnen detrás de un proyecto político que despierte entusiasmo en las mayorías populares. Lo que prima por sobre todas las cosas es el “voto castigo”. El “menos malo”. Una dinámica que se viene sosteniendo desde hace tiempo, y que el triunfo de Trump lo vuelve a ratificar.
La polarización también parece acentuarse
Como suele ocurrir en tiempos de crisis, las sociedades tienden a polarizarse. Esto lo estamos viendo en el mundo y también en EEUU. Pero es una tendencia a la polarización mediada por la crisis de representación y la falta de liderazgos y proyectos hegemónicos. Esto implica (mucho más cuando se trata de analizar un resultado electoral) dinámicas contradictorias que muestran dificultades para consolidarse en el tiempo (porque los resultados electorales también muestran eso: volatilidad, fluctuaciones, outsiders que aparecen y desaparecen de repente, triunfos de “opositores” que ganan precisamente por su carácter “opositor”, y expectativas sociales líquidas que se desvanecen cada vez más con relativa facilidad). Ejemplo del carácter contradictorio de la etapa actual (agreguemos el hecho de que todo proceso electoral refleja distorsionadamente el momento de la lucha de clases) fue la combinación del triunfo de Trump junto al voto a favor de la interrupción voluntaria del embarazo en 7 de los 10 estados en donde se propuso a plebiscito.
Sin embargo, la llegada de Trump y el partido Republicano a la Casa Blanca significa objetivamente un triunfo del “polo reaccionario”, sobre todo porque lo hizo con un discurso precisamente muy reaccionario y violento. Una de sus banderas ha sido la de impulsar una política anti inmigratoria que incluya la deportación de millones de personas. Una política que contó no solo con un importante apoyo de trabajadores blancos, sino además con trabajadores negros y latinos que ya instalados en el país ven amenazados sus puestos de trabajo por el incremento de la inmigración. Lo mismo se puede decir de su discurso claramente autoritario, de tipo “Bonapartista”, que de materializarse implicaría forzar los límites mismos de la democracia burguesa (no hay que olvidar que Trump viene de ser acusado por el ataque al Capitolio y aún así fue votado). Qué margen de acción realmente tenga y qué tipo de gobierno lleve adelante, son hoy preguntas abiertas que podrán responderse con el tiempo. Por lo pronto, los resultados electorales le han dado mayor poder institucional en comparación con su primer mandato, teniendo ahora pleno control de ambas Cámaras y del Tribunal de Justicia.
La voz de los sectores más progresivos del pueblo, que se vienen movilizando y luchando en defensa de sus condiciones de vida y derechos democráticos en los últimos años en EEUU, no pudo reflejarse superestructuralmente en estas elecciones, pero ese sector se encuentra presente y es esperable que tenga un rol destacado en las futuras luchas. En los últimos años se han desarrollado valiosas experiencias de lucha como la de “Black Lives Matter”, la lucha feminista o las movilizaciones y tomas de universidades en solidaridad con el pueblo palestino; pero también la de aquellos sectores obreros que han protagonizado duras batallas, como las encabezadas por lxs trabajadorxs de la salud y la educación en tiempos de pandemia, pasando por la pelea de jóvenes trabajadorxs por el derecho a sindicalizarse en Amazon, llegando a las mas actuales como la huelga de lxs trabajadorxs de Disney, en las cadenas de hoteles, y las potentes huelgas en Boeing y la de trabajadorxs del puerto. Es muy probable que una de las causas del derrumbe histórico del Partido Demócrata, junto con la experiencia de furgón de cola de los Sanders y Ocasio-Cortez, haya sido la ruptura de buena parte de los sectores más progresivos del pueblo que ya ni siquiera ven a los demócratas como una opción electoral “menos mala”. Un partido que ya no puede ocultar su carácter beligerante, cómplice del genocidio al pueblo palestino, profundamente pro régimen y hasta con una retórica prácticamente indistinguible de la de los republicanos. Frente a este escenario, no hay que descartar que en los próximos tiempos se abra un espacio para programas y propuestas más radicales.
Los peligros de un mundo en crisis están en la misma proporción que los desafíos por construir una alternativa al capitalismo. Como nunca: “socialismo o barbarie”. Las perspectivas globales son tan inciertas como amenazantes. Pero también, justamente por la profundidad de la crisis, se abren tiempos para la posibilidad de construcción desde abajo de una alternativa al capitalismo.
Habrá que seguir la dinámica interna que se desarrolle bajo el gobierno de Trump, pero por la propia crisis del régimen no puede descartarse la conformación de gobierno más autoritario y de tipo “Bonapartista”. El mismo Trump ha declarado más de una vez que gobernará con la ley marcial. Es una incógnita qué rol tendrá el ejército en el futuro gobierno, y sobre todo qué está dispuesto a hacer (durante el primer gobierno de Trump mantuvo más una política de contención; habrá que ver si con un Trump con mayor poder institucional y en un contexto de crisis del régimen más aguda, cambian también esas relaciones de poder).
Por otro lado, la incertidumbre se extiende también al ámbito global. Prácticamente la única certeza es que seguirá el enfrentamiento con China (una política que comparte el conjunto de la burguesía imperialista), lo cual ya es mucho decir considerando que, siendo las dos principales potencias, sus disputas generan cada vez mayor inestabilidad y violencia en el mundo. Después, todo es incierto. Trump prometió poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania. No está claro que vaya a lograrlo, y en tal caso en base a qué tipo de acuerdos. Por su parte, todo indica que estamos lejos de ver un final al salvaje genocidio al pueblo palestino a manos del sionismo. Hasta ahora EEUU viene apoyando a Netanyahu, y eso no va a cambiar con Trump, pero habrá que ver hasta qué punto el riesgo de una mayor inestabilidad en Medio Oriente obligue a EEUU a un cambio de postura (o, en todo caso, qué pasa si no cambia). En este mismo sentido, también será clave la posibilidad siempre latente de un enfrentamiento directo con Irán que conduciría a consecuencias impredecibles. Y a todo esto hay que sumarle las inestables relaciones entre EEUU y la OTAN.
En este marco, lo que parece seguro es que lo único que puede garantizar el capitalismo son crisis, guerras, explotación, desigualdad y destrucción del planeta. Un escenario expuesto a los ojos de toda la humanidad que se desangra a medida que se agudizan las contradicciones capitalistas. En este mismo sentido, nos parece muy importante remarcar la otra cara de la moneda de esta crisis: la del espacio que se abre para la construcción de un programa alternativo que promueva cambios estructurales que vayan a la raíz de los problemas. A mayor crisis de dirección, mayor el desafío para apostar a fondo por la autodirección de la clase trabajadora. No es casual, en este contexto, que desde hace tiempo hayan surgido desde abajo movilizaciones y luchas por condiciones de vida y derechos democráticos. En algunos casos con importantes elementos autoconvocados (en respuesta muchas veces a esa misma crisis de dirección). Tiempos de revueltas y convulsiones sociales que no son sino respuestas desde abajo a los dramas de la vida cotidiana en el actual contexto de crisis de dirección.
A esto se le suman las luchas obreras que se vienen sucediendo en distintas partes, como las ya mencionadas en EEUU, pero también en el corazón mismo del capitalismo europeo como en el caso del Reino Unido, donde se está desarrollando uno de los procesos huelguísticos más ricos en mucho tiempo; de Alemania, que el año pasado protagonizó la mayor huelga del transporte y los servicios públicos; las huelgas nacionales de docentes, ferroviarios y trabajadorxs de la salud en Portugal; las huelgas sanitarias pos pandemia en el Estado Español; y muy espacialmente los conflictos obreros en Francia, en algunos casos con formas embrionarias de autoorganización como ocurrió en la lucha contra la reforma jubilatoria de Macron. Son solo algunas de las luchas protagonizadas por la clase en los últimos tiempos en el mundo. Y será fundamental seguir este proceso y apostar a que se desarrolle por la importancia que tiene para la construcción de alternativa al capitalismo.
No hay posibilidad de construir una sociedad socialista si la clase obrera internacional no se pone a la cabeza de esta lucha, pero tampoco habrá una verdadera alternativa de auto-emancipación si esa misma clase no lucha por autodirigirse. Es por eso que resulta tan importante señalar los peligros de un capitalismo en crisis, como las posibilidades que se abren para la construcción de formas de lucha contraculturales, que rompan con las formas tradicionales de organización y den lugar a la autoorganización sin dirigentes del conjunto de las y los trabajadores. Y desde allí, no solo encabezar todas las luchas democráticas y por condiciones de vida, sino también la pelea para que el conjunto de la clase misma decida y pelee por un programa alternativo al capitalismo.